I Rostro doliente I Rostro del resucitado I La estrella del tercer milenio I el que no vive para servir
no sirve para vivir
I I caminando junto a Cristo hacia el tambor I la contemplación del rostro de Cristo I
I el encuentro con Cristo, herencia del gran jubileo I si eres lo que debes ser, encenderás el mundo I
I con María al Padre I en el corazón del Padre I La transfiguración de nuestro Señor Jesucristo I

CONTEMPLADORES DEL ROSTRO DE CRISTO

ROSTRO DEL RESUCITADO

Acto preparatorio:

Señor, creo en ti. Sé que tú tienes la fuerza y el poder que necesito para vivir de cara a ti. Ayúdame a confiar más en ti, a recurrir a ti en todos los momentos, tantos de dificultad como de alegría. Enséñame a amarte, con sinceridad, y a manifestarlo con mi vida. Ilumíname en esta oración.

Fruto que deseo lograr:

Conocer a Nuestro Señor en el momento de su resurrección, mediante la contemplación de su rostro de Resucitado, para no poder sino amarle y entregarme a Él en la misión como Él se me ha entregado en la pasión.

Petición:

Señor, quiero conocerte y verte también como resucitado para contemplar tu rostro de vencedor y copiarlo en mi vida cristiana, en una entrega auténtica que viva la cruz como semilla de resurrección y de triunfo.

Lectura:

La conversión de san Pablo: «Cuando estaba de camino, sucedió que al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del cielo. Y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él contestó: ¿Quién eres, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer» (Hech 9, 3 – 6).

1. ¡Él es el Resucitado!

Nuestra contemplación del rostro de Cristo, si nos quedamos sólo en lo "doliente" es incompleta. Alienta enormemente nuestra vida, que es valle de lágrimas, nos fortalece en las horas de Getsemaní y del Calvario, que son las duras, pero no nos ofrece el rostro total de Cristo. Si Cristo fuera nada más el del rostro doliente, los cristianos seríamos los más desgraciados y nuestra fe sería vana (cf. 1 Cor 15, 14), pues nadie nos garantizaría el triunfo. Es necesario también que contemplemos el rostro resucitado de Jesús, el rostro de la victoria, del triunfo de la vida sobre el pecado: «La cruz no lo es todo. Cristo murió en ella para resucitar, y así la cruz se convirtió en el signo de nuestra victoria. Fijarse en la cruz y no ver más que el dolor es como vivir sin esperanza» (P. Marcial Maciel, LC, carta del 17 de mayo de 1979).
En el misterio pascual encontramos un doble aspecto: por su muerte, Cristo nos libera del pecado, pero por su Resurrección nos abre el acceso a la nueva vida. Y nos devuelve la gracia de Dios, esa gracia que habíamos perdido por el pecado, esa gracia que consiste en la amistad con Dios. Nos hace "amigos de Dios". Y nos hace hermanos de Cristo, de la misma familia de la Santísima Trinidad, como Jesús mismo nos llama en el Evangelio: «Id, avisad a mis hermanos» (Mt 28, 10). O como nos enseña a rezar en el Padre nuestro.
La Resurrección de Cristo - y el mismo Cristo resucitado – es principio y fuente de nuestra misma resurrección futura, pues todos anhelamos un día llegar al Cielo. Pero, mientras tanto, Cristo resucitado vive en el corazón de los cristianos por la gracia, por la que podemos participar de su misma vida divina y dar frutos de santidad.

2. La resurrección es la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo.

La obediencia de Cristo fue hasta la muerte y muerte de cruz. Como dice la carta a los hebreos: «Siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia» (Heb 5, 8). O lo que es lo mismo: «Siendo Hijo, aprendió, sufriendo, lo que cuesta obedecer». Y, como recompensa, Dios lo resucitó, y nos lo mostró con el "rostro del Resucitado".
¡Cuánto puede alentar en nuestra vida de cristianos contemplar el derrotero de la vida de Cristo! ¡Cuánta fortaleza, de su omnipotencia, vencedora del mal y de la muerte! ¡Cuánta esperanza de su victoria! ¡Cuánto consuelo de pensar en el Cielo, donde Cristo ha ido a prepararnos una morada! De esta manera, incluso el sufrimiento es gozoso, pues sabemos que nos identifica más con nuestro modelo, Jesucristo, quién sufrió en la Cruz y luego resucitó. Sufrimiento que es gozoso pues es redentor, pues ofrecido tiene un valor eterno por nuestras almas y por tantas personas que ahora lo están necesitando.

3. Mirar con la Iglesia el «rostro del resucitado», como Pedro y como Pablo.

Éstos dos santos hicieron en su vida experiencia del rostro resucitado de Jesús y eso les transformó por dentro. El Santo Padre lo recuerda en su carta:
«La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: "Tú sabes que te quiero" (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: "Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia"» (NMI 28).

a. Pedro
Negó a Cristo cuando el Maestro estaba con el «rostro doliente» en la pasión, pero en cambio, lo confesó después de verlo con el rostro de resucitado: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 15.17).
¿Cuántas veces también nosotros debemos hacer esa experiencia? ¿Cuántas veces negamos a Dios en el dolor, olvidándonos de que después de la oscuridad siempre viene la luz, que después de la cruz existe la resurrección? Pero es necesario saber pedir perdón, como Pedro, recurrir al sacramento de la confesión y reparar con nuestro amor el desamor de nuestro pecado, con la gratitud la ingratitud. Es más, entonces nuestro amor crecerá y se fortalecerá, pues el verdadero amor se fortalece por la prueba del dolor y también del perdón.

b. Pablo
Perseguía a muerte a los cristianos porque creía que sólo existía un rostro de Cristo: el del Cristo muerto. Pero camino de Damasco vio y experimentó personalmente el rostro del Resucitado, el mismo rostro de Aquél que vivía (y vive) en los cristianos. Desde entonces, Pablo optó por el rostro de la vida, el del Resucitado, y por vivir para él, y nos invita a lo mismo a todos los cristianos: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1).


1. El Rostro del Resucitado: alegría y esperanza y compromiso apostólico.

a. Alegría y esperanza.
«En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. "Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia": ¡cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón!» (NMI 28). En el rostro de Cristo resucitado debo mirarme yo también como se mira la Iglesia. ¡Cuánta vida, celo, entrega, ímpetu avasallador, ilusión por el camino podré experimentar entonces! Como lo han hecho los santos. Yo puedo preguntarme: ¿de dónde saca tantas fuerzas el Santo Padre para seguir guiando a la Iglesia? ¿De dónde brota la fuerza de su esperanza y confianza en la humanidad, después de conocer tan a fondo la malicia y la debilidad del corazón del hombre? Es Cristo resucitado quien hace brillar en sus ojos y en su alma la esperanza. Es Cristo resucitado el que le da sentido para seguir luchando y el que nos da sentido para continuar nosotros también.

b. Es compromiso apostólico
«La Iglesia animada por la contemplación del rostro del Resucitado retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él « es el mismo ayer, hoy y siempre » (Hb 13,8) (NMI 28). Si Cristo ha resucitado y nos ha dado la vida, ¿cómo dejar que otros hombres sigan viviendo en la muerte del pecado? Los discípulos, después de encontrarse con Cristo resucitado, fueron corriendo a avisar a los demás. La experiencia de Cristo en la propia vida, si es verdadera, debe impulsar a compartirla. Pues la experiencia de Cristo es esperiencia de su amor, y el amor siempre es difusivo. Y la experiencia de Cristo es alegría, y la alegría es contagiosa. Y la experiencia de Cristo es fortaleza, capaz de sostener a los demás.


Conclusión:

La Resurrección de Cristo nos alienta a los cristianos, pues nos muestra cómo será nuestra vida futura, nos enseña a confiar en el dolor, pues creemos que después de la Cruz viene la Luz, nos ofrece la amistad con Dios y la posibilidad de formar parte de su misma familia, a través del bautismo. Vivir con "rostro de resucitado" es esencial para el cristiano, y esto se manifestará en la alegría y esperanza con la que nos enfrentemos a la vida y en el compromiso apostólico que tenemos con los demás.

Oración:

Jesucristo, tú que con tu resurrección nos has abierto las puertas del Cielo, acrecienta en nosotros el anhelo de compartirlo contigo en la eternidad. Enséñanos a vivir con los pies en la tierra y el corazón en el cielo, con la alegría y confianza de quien se sabe en manos de quien todo lo puede, y con el amor y valentía de quien conoce que le has confiado una misión y que tiene que llevarla urgentemente a todos los hombres. Señor, concédeme ser en el mundo un verdadero testigo de tu resurrección.


Cuestionario:


1. ¿Qué significa para mí la Resurrección de Cristo? ¿Me alienta en mi vida?

2. ¿Agradezco a Cristo que me haya devuelto la amistad con su Padre y que me haya abierto las puertas del Cielo, esforzándome por crecer en la vida de gracia? ¿O no me preocupa vivir frecuentemente en el pecado?

3. ¿Vivo y transmito la alegría y la esperanza a los demás? ¿Quién se encuentra conmigo siempre sale alentado?

4. ¿Me preocupo porque los demás conozcan a Cristo? ¿Estoy haciendo algo en concreto por ello?

Si te ayuda, escribe aquí tu propósito:

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