I Rostro doliente I Rostro del resucitado I La estrella del tercer milenio I el que no vive para servir
no sirve para vivir
I I caminando junto a Cristo hacia el tambor I la contemplación del rostro de Cristo I
I el encuentro con Cristo, herencia del gran jubileo I si eres lo que debes ser, encenderás el mundo I
I con María al Padre I en el corazón del Padre I La transfiguración de nuestro Señor Jesucristo I

CONTEMPLADORES DEL ROSTRO DE CRISTO

ROSTRO DOLIENTE

Acto preparatorio:

Jesucristo, creo en ti, pero concédeme una fe tan fuerte y penetrante, que pueda llegar a conocerte como lo hicieron tus discípulos; una confianza tan grande, que sólo en ti tenga mi esperanza; y un amor tan ardiente, que te busque en todo momento y abrace tu voluntad.
Espíritu Santo, guíame en esta oración para que conozca y ame más a Cristo.

Fruto que deseo lograr:

Conocer a Nuestro Señor en el momento de su pasión y muerte, mediante la contemplación de su rostro doliente, para amarle y entregarme a Él en la misión como Él se me ha entregado en la pasión.

Petición:

Señor, quiero conocerte y verte, para que tu divino rostro doliente se me quede grabado en el alma y no pueda sino amarte con pasión y entregarme ardorosamente a cumplir la misión.

Lectura:

Contempla a Jesucristo en Getsemaní:

«Saliendo se fue, según costumbre, al monte de los Olivos, y le siguieron también sus discípulos. Llegado ahí, díjoles: Orad para que no entréis en tentación. Se apartó de ellos como un tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba, diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 39 – 42).

1. Rostro doliente y «rostro» del pecado: la agonía en el Huerto de los Olivos.

El Papa Juan Pablo II, en su carta apostólica "Tertio Millennio Ineunte", nos invita a contemplar el rostro de Cristo, como fundamento de toda vida cristiana y apostólica. En esta meditación vamos a contemplar su rostro doliente, prueba del amor que Dios nos tiene.
En Getsemaní, el «más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal 45, 3), aparece con el rostro cubierto de sudor de sangre. Isaías contempló ese rostro en su profecía, seis siglos antes, como si lo estuviera viendo en Getsemaní: «No había en él belleza ni esplendor; su aspecto no era atractivo[...]; como alguien ante quien se oculta el rostro» (Is 53, 2-3). El rostro de Cristo está desfigurado ahora, cuando poco más de un año antes había estado transfigurado: Desfigurado de rojo: «¿Por qué están rojos tus vestidos, tu ropa como la del que pisa el lagar? [...] Miré y no había quien me ayudara, me asombré de no encontrar apoyo» (Is 63, 2.5). Transfigurado antes en blanco: «Y se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17, 2). A los apóstoles Pedro, Santiago y Juan — son los mismos tres las dos veces— les asombra tanto la transfiguración del Tabor como, sobre todo, la desfiguración de Getsemaní.
Pero, lo más paradójico, es que su rostro desfigurado es el rostro de nuestro pecado. El Hijo de Dios, suplica al Padre con ternura de niño:«¡Abbá, Padre!» , donde "Abbá" se traduce por papá, papaíto. Y el Padre no parece escucharlo, a Él, que es su Hijo. ¿Es que puede y pesa más en ese momento ante el Padre nuestro pecado que el rostro resplandeciente de su mismo Hijo? Parecería que sí.
«Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del "rostro" del pecado. "Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" » (2 Co 5,21) (NMI, 25).

2. Rostro doliente en el grito de dolor de la cruz: Mc 15, 34.

a. Grito que es misterio del dolor físico y moral de Cristo: «Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado, que Jesús da en la cruz: « "Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?" —que quiere decir— "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" » (Mc 15,34). NMI 25.
El sufrimiento de Cristo es difícil de imaginar, de un dolor indecible,... Como dice el Papa, no ha habido en la tierra «un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa» (NMI 25). Y antes que el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma. Pues Cristo sabe cuánto le duele a su Padre el pecado, y ahora lo está experimentando en su propia carne: «Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor» (NMI 26). ¡Cuántas veces nosotros no nos damos cuenta de lo terrible que es el pecado! ¡Cuánta ligereza al pecar! Si mirásemos más a Cristo en la cruz, podríamos entender un poco más el significado de esa frase: "antes morir que pecar".
Y Cristo en este momento se siente abandonado. Abandonado de los hombres: algo terrible, pero sufrible si sentía al Padre junto a él. ¡Cuántas veces nosotros nos sentimos abandonados por el mundo, solos, incomprendidos! Ser cristiano en este mundo muchas veces implica ir contra corriente. La misma limitación de los hombres, de nosotros mismos y de los demás, nos hace experimentar este abandono. En esos momentos, ¿sabemos recurrir al Padre, como Cristo?
Pero Cristo no siente solamente el abandono de los hombres. Sino también el del Padre. ¡Lo que faltaba! ¡Y nuestro pecado hizo presente eso que faltaba!

b. Grito que es oración: El grito que Cristo lanza en la Cruz son palabras del salmo 22. Por lo tanto, en realidad es el inicio de una oración, aunque oración desgarradora. No es un grito desesperado: «El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos» (NMI 26).
El salmo 22 hacia el final está lleno de esperanza: «En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste... ¡No estés lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro!"» (22 [21], 5.12).

c. Rostro doliente y rostro feliz: Cristo sabe que aun en medio del dolor cumple el designio del Padre. Eso le llena de felicidad. Es la experiencia de la felicidad y de la cruz simultáneamente, de la felicidad en la fidelidad; es la satisfacción de poder entregarse al Padre en "abandono" filial tras constatar que sigue "abandonado" de los hombres, incluso de los suyos, pero al comprobar también que no está "abandonado" por Dios.

3. «Teología vivida» de los santos.

El Santo Padre acude a los santos para explicar el dolor feliz de Cristo en la cruz: «Muchas veces los Santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor» (NMI 27).
Lo pone de manifiesto con un texto de Santa Calina de Siena: «Y el alma está feliz y doliente: doliente por los pecados del prójimo, feliz por la unión y por el afecto de la caridad que ha recibido en sí misma. Ellos imitan al Cordero inmaculado, a mi Hijo Unigénito, el cual estando en la cruz estaba feliz y doliente» (Diálogo de la Divina Providencia, n. 78).
Otra santa que experimentó algo así es Teresa de Lisieux: «Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, sin embargo su agonía no era menos cruel. Es un misterio, pero le aseguro que, de lo que pruebo yo misma, comprendo algo» (Últimos coloquios. Cuaderno amarillo, 6 de julio de 1897. Opere complete, Ciudad del Vaticano 1997, pag. 1003).
Otros hombres actuales lo han manifestado de otras maneras: «Yo pensé que los hombres realmente felices somos nosotros, y que nuestras privaciones y dolores son un exiguo tributo para alcanzar el don de la amistad con Dios. ¡Yo soy tan feliz, hijo mío! Soy feliz aunque mi vida haya sido y sea un calvario, porque tengo a Dios y lo siento y lo palpo. ¡Qué bueno y misericordioso es conmigo! Es el amigo íntimo de mi alma» (P. Marcial Maciel, carta 19 de noviembre de 1954).

Conclusión:

El rostro doliente de Cristo en su pasión nos enseña cuánto nos ama Dios, capaz de pasar por esos dolores indecibles, dolores del cuerpo y del alma, con tal de devolvernos el rostro del Padre, que habíamos perdido por nuestro pecado. Jesucristo en la cruz nos enseña también cómo vivir con confianza y alegría en el sufrimiento.

Oración:

Jesucristo, permíteme contemplar tu rostro doliente en tu pasión. Ayúdame a comprender cuánto amor hay en tu dolor, cuánto me amas y qué significa para ti el pecado y la salvación de un alma. Que al verte en la cruz no quede yo indiferente, sino que me esfuerce por testimoniar con mi vida que soy un seguidor tuyo.

Cuestionario:

1. ¿Qué significa para mí ver el rostro doliente de Cristo?
2. ¿He experimentado la alegría en el sufrimiento? ¿Mi oración en esos momentos de dolor es confiada como la de Cristo?
3. ¿Valoro el pecado? ¿Me he dado cuenta de que es una resistencia al amor del Padre y una ingratitud con Cristo?
4. ¿A qué me invita en mi vida esta meditación?


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