I Rostro doliente I Rostro del resucitado I La estrella del tercer milenio I el que no vive para servir
no sirve para vivir
I caminando junto a Cristo hacia el tambor I la contemplación del rostro de Cristo I
I el encuentro con Cristo, herencia del gran jubileo I si eres lo que debes ser, encenderás el mundo I
I con María al Padre I en el corazón del Padre I La transfiguración de nuestro Señor Jesucristo I

EN EL CORAZON DEL PADRE

Actos preparatorios:

Después de honrar a la Virgen en el mes de mayo, la Iglesia nos invita a contemplar el misterio del amor de Dios desde el Sdo. Corazón de Jesús. Al Sdo. Corazón está dedicado el mes de junio. Es un momento propicio para detenerte a meditar en la obra redentora de Jesús y descubrir en su Corazón el amor infinito que lo llevó a dar su vida por ti.

Objetivo que deseas lograr:

Encontrar en el misterio del Sdo. Corazón de Jesús el sentido de la historia de la salvación y vislumbrar la hondura e inmensidad del amor de Dios Padre.

Petición:

Oh Jesús, sólo tú conoces la magnitud del amor de tu Padre; sólo tú sabes qué tan grande es el amor que lo llevó a enviarte a salvarme y a adoptarme como hijo suyo, convirtiéndose así en Padre mío también. Permíteme descubrir aunque sea unas pequeñas migajas de ese amor infinito de un Creador hacia su criatura y de un Padre hacia su hijo. Enséñame a amar al Padre a través de tu Corazón santísimo. Amén.

"En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera’". (Mt 11, 25-30)

Un corazón amigo.

Hoy se corre el riesgo de olvidar fácilmente la obra de Dios para con nosotros. Nos zambullimos en las actividades diarias y, preocupados por los bienes terrenos, echamos a un lado de nuestra vida y de nuestras ocupaciones el cuidado de nuestro espíritu. Tal vez creemos que todo ha sido arreglado definitivamente por la redención de Cristo.

Éste es un gran error. Primero porque caemos en la ingratitud de sabernos amados y de olvidar ese amor; en segundo lugar porque olvidamos cumplir con nuestra parte, con el compromiso de ser cristianos; olvidamos nuestra colaboración personal en la obra de la redención. Es preciso, pues, dedicar un tiempo -y hacerlo con mucha frecuencia- para recordar y actualizar lo que Cristo hizo por cada uno de nosotros. Y, ante todo, recordar el amor que nos ha tenido: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres", le dijo Jesús a Sta. Margarita María de Alacoque, enseñándole su corazón. Después de 18 siglos de cristianismo, Cristo necesitó recordárnoslo.

Poco antes del sacrificio redentor de la cruz, Jesús les decía a sus discípulos: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Cfr. Jn 15, 15). "Si destierras de ti a Jesús y lo pierdes, ¿a dónde iras?, ¿a quién buscarás por amigo? Sin amigo no puedes vivir mucho; y si no fuere Jesús tu especialísimo amigo, estarás muy triste y desconsolado" (Imitación de Cristo, II, 8, 3). No hay peor descuido, en la relación de amistad, que la ingratitud. El ingrato, con su silencio, reniega la amistad, desconoce los dones recibidos.

Por eso es importante recordar que Jesús ha sido el mejor amigo, el que "ha dado su vida" por los amigos. Si en tu vida has tenido la oportunidad y la dicha de experimentar la amistad, si alguien te ha amado realmente, no olvides que Jesús fue y es para siempre tu mejor amigo. Él está al pendiente en todo momento de ti, de tus necesidades, de tus inquietudes, de tus temores; Él vela por ti las 24 horas del día, durante todos los años de tu existencia, sobre todo durante los momentos de mayor necesidad. Jesús vive por ti, y punto. No tiene otra ocupación que tu cuidado, tu felicidad, tu salvación.


Un corazón misericordioso.

El amor auténtico se manifiesta en la misericordia y en el perdón. Como lo hace el corazón de Cristo. Estando Jesús en la cruz, después de largas horas de sufrimiento físico y moral, poco antes de expirar, tiene todavía el aliento de perdonar: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34), y también aseguró al buen ladrón el cielo, como fruto de su arrepentimiento: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43). Si vemos los actos de perdón de Cristo con ojos y criterios puramente humanos, no comprenderíamos el alcance ni la razón de tanta misericordia. Pero el corazón de Jesús es un corazón divino.

Todos nosotros tenemos innumerables razones para suplicar la misericordia de Jesús. Diariamente ofendemos, más o menos gravemente, ese amor infinito de Cristo. Frecuentemente somos ingratos e infieles a la amistad de Jesús. Y la mayoría de las veces, tal vez, ni siquiera tenemos la delicadeza de pedir perdón, cayendo en una falta más. Quizá, incluso, desconfiamos de la misericordia de Dios y nos acostumbramos a ofenderlo. Siempre y en cualquier circunstancia, Jesucristo está dispuesto a perdonarnos; sólo nos pide el arrepentimiento sincero.

Jesús es como el mejor médico, y Él curará todas tus enfermedades. "Pero es que son muchas, dirás. Más poderoso es el Médico. Para el Médico omnipotente no hay enfermedad insanable; tú sólo déjate curar, ponte en sus manos" (S. Agustín, Comentarios al Salmo 102).


Un corazón manso y humilde.

¿Cómo es posible tener la disponibilidad a la misericordia y al perdón? De una sola manera, con la mansedumbre y humildad de corazón. Ahí está el secreto de Jesús. Si hoy entre los hombres existe tanta violencia, tanto rencor, tanta envidia, tanta venganza, no se debe a otra cosa más que a la falta de humildad y mansedumbre. La ira ciega al hombre y la soberbia lo lleva a aplastar la dignidad del prójimo. No puede haber amor sin estas dos virtudes.

Observa a Jesús en su vida, y descubrirás cómo nunca llegó a ofender a nadie. Y cuando manifestó dureza en sus palabras, como lo hizo muchas veces con los fariseos, sólo lo movía el afán de ayudarlos a reaccionar y abandonar su actitud de soberbia y cerrazón. Trataba de sacudirlos, de moverlos al cambio; no buscaba hacerles daño, sino intentaba ayudarles.

La mansedumbre y la humildad disponen el corazón al perdón, a la aceptación de los demás con sus debilidades y limitaciones. El hombre manso y humilde crea y conserva una actitud interior de sencillez, docilidad y serenidad. En su rostro siempre hay una sonrisa disponible para los demás. Se puede decir con seguridad que su expresión manifiesta la felicidad auténtica.


El corazón del Padre.

Estamos celebrando el año del Padre, en preparación al gran jubileo del 2000. No hay mejor manera de celebrarlo que desde el Corazón del que vino a revelarlo a la humanidad: Jesucristo, su Hijo. Nuestro destino final es el Padre, y Jesús es el Camino al Padre; esto no hay que olvidarlo.

La Iglesia nos invita a centrar nuestra fe en Cristo, nos pide que nuestra espiritualidad sea cristocéntrica por una razón muy sencilla: porque Cristo es la revelación del Padre, porque Jesús nos puede llevar al Padre; y sólo Él puede hacerlo.

La maravilla de nuestra fe nos manifiesta cómo en los latidos humanos del corazón de Cristo, palpita el amor divino del Padre. Si Jesús nos manifestó un amor tan grande hasta el sacrificio supremo, es para revelarnos la grandeza infinita del amor de su Padre, quien quiso nuestra salvación y felicidad eterna.

Conclusión:

El Camino –el único camino- para llegar al Padre es el seguimiento fiel e incondicional de Cristo, la imitación de sus virtudes, la obediencia a sus mandatos. "Aprender" de Él y "tomar su cruz" es el secreto y la condición necesaria para cumplir con nuestro destino, para responder al llamado del Padre.


Oración:

Señor y Padre mío, tú has enviado a tu Hijo para que me enseñara el Camino hacia ti. Enséñame a seguir sus pasos y dame un corazón semejante al de Jesús, porque sólo un corazón como ese podrá amar con la fuerza y profundidad que tú quieres de mí. Hazme testigo de ese amor y permite a quienes me ven amar que conozcan un poco del infinito amor que nos tienes a todos. Por el mismo Jesús Nuestro Señor. Amén.


Cuestionario:

1. ¿Creo conocer bien a Jesucristo? ¿Medito con frecuencia en Él?

2. ¿Trato de imitar las virtudes más significativas del Corazón de Jesús, como la mansedumbre y la humildad?

3. ¿Amo realmente a mis hermanos los hombres, evitando la ira y rencor, siendo siempre disponible a la ayuda de todos, especialmente de los más necesitados?

4. ¿Pido por la salvación de los hombres y estoy dispuesto a dar testimonio, con las palabras y el ejemplo, del Evangelio de Jesús?

El CEFID agradece el material al P. Mariano de Blas L.C.
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